sábado, 28 de enero de 2012

Bath Spa

Si hay un momento clave en la vida del ser humano es cuando suena el despertador a las siete de la mañana y se presenta el crítico dilema de o bien desperezarse y enfrentarse al mundo o bien seguir durmiendo y evadir cualquier clase de responsabilidad, opción que a la –tenue– luz de la somnolencia mañanera parece claramente más sabia que cualquier otra, independientemente de lo que tengamos por delante a lo largo del día. Si por casualidad ello incluyese tener que coger el metro de Londres nada más comenzar la jornada, lo mejor sería encomendarse a Dios para que tal imagen no nos sorprendiera con las sábanas aún por encima, pues existiría un alto riesgo de dar la mañana por perdida antes de empezarla y no levantarse de la cama.
Afortunadamente, los planetas se alinearon, pues ni tal pensamiento se nos pasó por la cabeza en la madrugada del 21 de enero ni el metro sufrió avería alguna, con lo que conseguimos llegar a la estación de Paddington a tiempo para coger nuestro tren hacia Bath, una pequeña ciudad Patrimonio de la Humanidad situada en el suroeste del país, a una hora y media de distancia de la capital.
Llegamos tras un viaje tranquilo a través del omnipresente countryside inglés y apenas quince minutos después de bajarnos del tren me encontraba engullendo mi ansiado full English breakfast en un pequeño establecimiento situado sobre un puente que cruzaba el río. Más repuestos, iniciamos un largo paseo a lo largo de la pequeña ciudad, poblada de edificios georgianos de tonos claros, de los que cabe destacar el Royal Crescent, uno de los must arquitectónicos del Reino Unido. Observé que, como suele ocurrir en este país, la homogeneidad y la elegancia se mezclaban con un cierto aire de decadencia y un curioso olor a viejo, dando rienda suelta a una imaginación que se nutría de cada rincón y que parecía inventar mil historias con cada paso.
En el concurrido centro de la ciudad, la muchedumbre se concentraba enfrente de la pequeña plaza que comunicaba la iglesia principal, Bath Abbey, con The Grand Pump Room y con el lugar de mayor interés histórico de Aquae Sulis (a.k.a Bath), las termas romanas, construidas sobre aguas termales naturales, un lugar que ya era sagrado para los celtas y en cuyo emplazamiento los romanos construyeron no sólo unos fastuosos baños sino un gran templo dedicado a la diosa Minerva. Desgraciadamente, sólo se conservan las ruinas, pues el lugar fue salvajemente destruido por los cristianos a comienzos de nuestra era.
Tras la visita, decidimos descansar durante un rato en alguna tetería agradable. Casi por casualidad llegamos a una casa-museo en la que residió Jane Austen y que hoy, además de servir como homenaje a la escritora, alberga en su última planta lo que según parece es uno de los mejores salones de té de la ciudad. El lugar, tan estereotipado que rozaba la irrealidad, parecía no haber albergado más presencia masculina que la del retrato que colgaba de la pared de uno de los conocidos personajes de Pride & Perjudice durante años. Grupos de mujeres compartían bollos, sándwiches y tés mientras charlaban, atendidas por camareras que parecían haber salido de una de las historias de Austen. Todo resultaba tan armonioso y delicado que me pasé casi todo el tiempo preocupado por tener los codos en la pequeña mesa o tirar la tetera al suelo. El rato transcurrió por fortuna de forma agradable y sin incidente alguno, a pesar de mi torpeza.
A eso de las cuatro nos dirigimos hacia Thermae Bath Spa, para disfrutar de un baño caliente al aire libre mientras observábamos la puesta de sol tras los preciosos edificios de la ciudad. A pesar de que las vistas merecían la pena, el agua del spa estaba demasiado fría para esta época del año, hecho que no nos sentó muy bien después de lo que tuvimos que pagar para entrar (¡nos cobraron hasta la toalla!). No obstante, si bien fue la mayor decepción del día, bañarse en una azotea desde la que se vislumbra una ciudad tan bonita es una experiencia tan poco común que no habríamos estado dispuestos a privarnos de ella.
Cuando salimos tenía tanta hambre que engullí en menos de cinco minutos la primera ración (y espero que una de las últimas) de fish & chips de mi vida, con lo que me vi acompañado durante el viaje de vuelta de un desagradable dolor de estómago y un intenso arrepentimiento, que conseguí aplacar ligeramente con Ryan Adams como banda sonora.



3 comentarios:

  1. Como te decía, me gusta como te detienes en los detalles, esa tetería es una invitación para leer a Austen y con el recorrido por la ciudad apetece seguir.
    Siempre me imaginé así al fish and chips, un dolor de estómago seguro ;-)
    Gracias

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  2. Buen relato viajero, Tomi.

    Yo te pediría (si aceptas peticiones del lector) algo más difícil, por fastidiar esencialmente y a cocina limpia: la historia sin historia de un día cualquiera en el terrorífico Leamington Spa.

    Un abrazo

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    1. Jajajaja en esta casa no hay días cualquiera :) Lo tendré en cuenta

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