viernes, 28 de octubre de 2011

Tributo a Achtung Baby!

Qué mejor manera de celebrar el veinte aniversario del que probablemente es uno de los mejores álbumes de los noventa que con un disco tributo. Efectivamente, el Achtung Baby!, de U2, versionado al completo por diversos artistas, dando un poco de color a este gris mediodía londinense.

http://soundcloud.com/fagnermorais/sets/achtung-baby-tribute-q/

lunes, 10 de octubre de 2011

Días 9, 10, 11 y 12 (27-30/09): Orientation at Warwick // Días 15-19 (03-07/10) : primera semana // Día 21 (09/10): Brick Lane


En vistas de que he recibido numerosos ruegos de mis miles de seguidores suplicando por una actualización y de que tengo media hora por delante de viaje en tren hacia Leamington Spa, voy a resumir los últimos diez días en un único post, para que todos economicemos esfuerzos.
El Orientation de Warwick fue una experiencia bastante entretenida. Aunque inicialmente estaba bastante reacio a participar, pues tras leer el programa y ver las fotos de otros años me parecía algo nerd, un poco flipado y un tanto boy scout, me entristeció bastante que acabara. Fueron 4 días de charlas, excursiones, actividades, fiestas y cerveza, con cientos de alumnos de todas partes del mundo afincados en las innumerables residencias de la universidad. El objetivo: facilitar a los estudiantes la adaptación a un contexto completamente distinto de forma que llegar a la Universidad de Warwick no suponga un golpe seco. Incluso un misántropo como yo consiguió hacer amigos en poco tiempo.
Tras el orientation y un fin de semana tranquilo, tocó enfrentarse a la parte burocrática (aún sin resolver completamente): solucionar problemas con el horario y las asignaturas, mandar certificados, sacar la Bus Card y apuntarse a las infinitas sociedades de estudiantes deportivas, culturales y artísticas que se ofrecen aquí. Paralelamente, había que asistir a los primeros seminarios y presentaciones, además de tener en cuenta a la lista de lecturas para la semana siguiente, imposible de abarcar. Todo ello supuso que pasase diez horas al día en el campus, aunque tal esfuerzo no ha dado demasiados frutos; no obstante, he hecho cosas tan interesantes como asistir a mi primera sesión de escalada, donde el acojone se vio gratamente compensado por lo entretenida que fue.
El viernes, invité a unos amigos a cenar a casa, sin pensar previamente en lo que supone cocinar para siete personas. Al final fuimos ocho (dos portugueses, una alemana, un chico de Singapur -desconozco el gentilicio-, dos indios y dos españoles). Afortunadamente, mi pollo tikka masala fue suficiente para alimentarnos a todos, y lo que es más importante, quedó relativamente bueno. Un par de horas más tarde, fuimos a Smack, la discoteca más frecuentada por los estudiantes de Leamington, en donde el pop mainstream a decibelios infernales terminó por ganarme la batalla antes de la una.
El fin de semana volví a Londres. El sábado lo pasamos visitando tiendas por Oxford Street. Aunque el centro de la ciudad es espectacular, nos quedamos sorprendidos cuando visitamos Brick Lane el domingo, un mercadillo enorme de ropa de segunda mano, bisutería, zapatos, discos, comida, cámaras de fotos... Tras un ingente English breakfast decidimos desatascar nuestras arterias dando un extenso paseo, a lo largo del cual visitamos cada tienda que encontramos, cruzándonos por el camino con gente de lo más pintoresca (como sacada de una novela de Charles Dickens pero manejando iPhones), sacamos fotos e incluso disfrutamos bebiendo y comiendo un coco. Después de tres horas caminando, iniciamos la retirada todo lo rápido que nos permitieron nuestras doloridas piernas.
Como no me dio tiempo a terminar de escribir en el tren y dado que estoy malgastando un tiempo precioso en la universidad que podría utilizar para resolver cuestiones burocráticas o, mejor aún, leer sobre la Unión Europea, voy a parar de escribir, aunque no sin antes dejar el link de lo que para mí es un clásico instantáneo de Kasabian, de su último disco, Velociraptor!

domingo, 25 de septiembre de 2011

Día 7 (25/09): Sunday in the park


Ayer compartí una tarde agradable con mis compañeros, a quienes por fin conocí. Después de ir a un pub (peligrosamente cercano a casa, he de decir) estuvimos hablando varias horas en la cocina tomando té; tengo la sensación de que no podía haber venido a un lugar mejor.
Como no había nadie en casa hoy por la tarde, decidí salir a dar un paseo y conocer un poco más la zona. Después de pasar por varias calles llenas de pequeñas tiendas y casas de ladrillo rojo, terminé en un parqué llamado Jephson Gardens & Mill Gardens, plagado de ardillas, familias, ancianos y parejas. Para poner banda sonora a mi solitario paseo, decidí escuchar el álbum I’m Your Man, de Leonard Cohen. Regodeándome en mi propia sensiblería al compás (3/4) de Take This Waltz, me conmovió darme cuenta de que los jardines servían como lugar de homenaje a los muertos. Lápidas a los pies de los árboles rezaban la razón por la que éstos se habían plantado, como si se tratase de un cementerio viviente. Nombres anónimos como el de Jack Vest, recordado por su familia en 1986, se encontraban grabados en la piedra, y al lado de éstos otros tantos como el de Joy Ashton o Charlie Bishop, inmortalizados en los bancos donde quiero imaginar que solían sentarse.
El silencio de estos sencillos recordatorios contrastaba con el bullicio del domingo en el parque, con la pasión de los jóvenes que se besaban, la energía del niño que perseguía a la ardilla y, por qué no decirlo, el trasero perfecto de la chica que pasó a mi lado haciendo footing. Sorprendentemente, todo estaba en perfecta armonía; me explico: normalmente, el lugar de homenaje para la gente corriente muerta es el cementerio, donde no nos esperaríamos encontrar a unos niños jugando  a la pelota o a una pareja revolcándose (¿o quizá esto sí?), pues se suele asociar con lo siniestro (además, darse de bruces contra una lápida por accidente puede ser doloroso); esto es, la forma que parecen tener aquí de airear la memoria de los fallecidos, de una forma tan fresca y pura, hace que el asunto se torne menos espeluznante, con lo cual en un parque puede haber espacio tanto para la vida como para la muerte, aunque también es cierto que el hecho de no tener cadáveres bajo tierra ayuda.
Tras tan bella reflexión y después de perderme un par de veces, me volví a casa por la avenida principal.


jueves, 22 de septiembre de 2011

Día 4 (22/09): Leamington Spa


Salí con bastante margen del B & B… El día anterior (el cual no escribí, a pesar de tener anécdotas tan interesantes como la de la tirita de la ducha) me dejó claro que en Londres los imprevistos están a flor de piel. En cualquier caso, llegué a la estación sin problemas, me compré un bocadillo, esperé al tren y subí.
Antes de que arrancase, pude intercambiar unas palabras con un hombre mayor muy simpático, el ejemplo del caballero británico, que bromeó conmigo cuando le pregunté (para no acabar en Irlanda del Norte) si el tren en el que estaba se dirigía hacia Birmingham, a lo que me contestó algo así como “Birmingham, Reino Unido, no Birmingham, EEUU, ¿verdad?”. El viaje fue bastante ligero, disfrutando del countryside mientras escuchaba el penúltimo disco de Laura Marling, I Speak Because I Can, folk británico al más puro estilo con letras que van desde lo cotidiano hasta insondables inquietudes espirituales (la cabrona no tiene sino un año más que yo y ya ha sacado tres álbumes… maldita sea).
Una vez en Leamington Spa, di varias vueltas para encontrar la parada de la guagua. Cuando llegó, me costó un gran trabajo subir con la maleta, la guitarra y la mochila. El trayecto hacia la universidad fue más corto de lo que esperaba; sin embargo, me bajé antes de tiempo, con lo que tuve que esperar a otra guagua, cuyo simpático conductor (no voy a decir “chófer” cuando ya he dicho “guagua”, demasiado dialecto autóctono en la misma frase) me cobró más de una libra por un minuto y medio de trayecto y no me avisó cuándo tenía que bajarme, a pesar de que estaba obviamente perdido; menos mal que una mujer muy amable me indicó qué parada era la mía.
Tras recibir las llaves de mi casa, me dirigí nuevamente a la parada de la guagua. Después de subir en la que no era y hacer muchas preguntas, conseguí dar con la correcta, que me dejó en el centro de Leamington. Una vez allí, pregunté a un hombre por mi calle, quien al no saber dónde se encontraba me acompañó hasta que la localizamos, un poco más allá de la avenida principal. La casa, una pintoresca vivienda victoriana, me sorprendió gratamente nada más entrar (todo está muy limpio, incluida la moqueta, es espaciosa y ha sido reformada hace poco). Mi cuarto también fue una agradable sorpresa (tiene una ventana bastante grande, es espacioso y entra mucha luz por la tarde). Ninguno de mis compañeros de piso estaba, con lo que salí a buscar algo de comer. Terminé en el McDonald’s, que siempre es un buen refugio en un sitio nuevo, como una embajada pero con queso.
Volví a casa y deshice la maleta. Cuando terminé, a eso de las seis y media y con el comodín McDonald’s gastado, intenté localizar otro sitio donde comprar algo de comer, aunque para mi sorpresa todo estaba cerrado ya y había mucha menos gente en la calle… si esto es así en septiembre, no quiero imaginar dentro de dos meses.
Volví otra vez, toqué un rato la guitarra, me puse a escribir el diario… (me estoy dando cuenta de que esta frase puede llevar a una regresión infinita, con lo que, aprovechando que me ruge el estómago, voy a salir a comer en el primer sitio que encuentre).

martes, 20 de septiembre de 2011

Día 2 (20/09): Londres


La ducha estaba aún más caliente que el día anterior, con lo que tuve que bajar completamente mojado a la de abajo.
Convencido de no volver a probar el desayuno cutre del hotel, engullí un English breakfast como Dios manda (esto es, compuesto de tomate, huevo, beans, salchicha, bacon, champiñones, pan con mantequilla y té -para que no se diga que engorda-) en The Shakespeare, una taberna frente a Victoria Station. Nuevamente, tenía toda la mañana para mí solo, con lo que cogí el metro hacia Trafalgar Square, escuchando (no podía faltar) a los Beatles y su Rubber Soul. Resulta impresionante cómo la Columna del almirante Nelson, el más grande de los marinos británicos, parece dominar sobre la ciudad; aunque se encuentra inmortalizado con un solo brazo, dudo que muchos ingleses sepan en dónde perdió el otro.
A continuación, visité la National Gallery. Me impactó el hecho de que una de las colecciones de arte más grandes del mundo, que abarca desde el gótico italiano hasta el postimpresionismo francés, fuese gratuita para todo visitante. Para recrearme en el ambiente, iba escuchando Ecce Cor Meum, un disco de música clásica más que decente compuesto por Sir Paul McCartney.
Tras más de dos horas entre pinturas, me dirigí hacia Charing Cross, compré al fin mi billete de tren para Leamington Spa y cogí el metro hacia Oxford Circus. Allí, comimos (nuevamente) en Pret A Manger. Seguidamente, entramos en Top Man, para desconsolarme con la mejor colección de ropa que he visto nunca. Allí, en la sección de segunda mano, se encontraba nada más y nada menos que Clémence Poésy, la actriz francesa que encarnó a Fleur Delacour en Harry Potter. Tras recuperarme del impacto que supuso ver en directo a una de las sex symbols de mi adolescencia, volvimos a Oxford Street, visitamos unas cuantas tiendas más, callejeamos, tomamos un té, me desconsolé con ropa de Fred Perry, Merc y Barbour
El enésimo impacto de la tarde llegó cuando encontré una Gibson acústica del ’69 en una tienda de guitarras. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no vender mi alma a los Dioses del Rock y comprarla; supongo que antes de decidirme por la primera guitarra que veo debo probar unas cuantas y hacer la inversión correcta, pero el carisma que emanaba tanto de sus cuerdas como de su madera gastada todavía abruma mis sentidos.
Luego volvimos al hotel. Desde la primera planta se notaba un calor anormal, cuyo origen descubrimos en el quinto piso, al toparnos con uno de los vecinos italianos duchándose con la puerta abierta… esa gente debe de estar hecha de otro material.
Para variar un poco, cenamos el sushi que habíamos comprado en Oxford Street.


Llegada (18/09) y día 1 (19/09): Londres


El viaje fue corto, aunque con demasiado equipaje. Remataron las 70 libras que gastamos en transporte para volver de Heathrow (tren y taxi, éste último una casi-limusina Mercedes que nos cobró 30 euros por unos 10 minutos de trayecto… si es que cuando estás agotado, el dinero deja de importar). Cuando llegamos al hotel, el recepcionista, un hindú llamado Omer, nos informó amablemente de que nos habían colocado en una habitación en el quinto piso, pues teníamos que haber avisado de que veníamos con exceso de equipaje. Dejamos dos de nuestras cuatro maletas en la recepción y subimos cinco pisos de pequeñas escaleras enmoquetadas arrastrando con las maletas y el cansancio. Una vez arriba, nos encontramos con una habitación minúscula, en la que apenas cabíamos con el equipaje. Cuando el hambre nos venció finalmente, salimos a comprar algo de comer, nos hicimos con unos cup noodles y volvimos a la habitación, donde hervimos agua y engullimos vorazmente nuestra pobre cena, con bolígrafos a falta de cubiertos. Después de descubrir pequeños detalles como que mi pastilla de jabón había sido probablemente usada, nos dormimos, con la esperanza de que por la mañana mejorase la cosa. De madrugada, me desperté con el ruido extremo que estaban haciendo los de la habitación de al lado recogiendo su equipaje, manteniéndome entre el sueño y la realidad hasta que amaneció.
Por la mañana, la habitación estaba helada… parece que a Londres no le importa que el verano no se haya acabado todavía. Bajamos a desayunar con la esperanza de que la cosa mejorase, pero nos encontramos con una comida escasa e igual de fría que la habitación. Por ello, no nos sorprendió descubrir que la ducha se abría con un tornillo que hacía de grifo y  que la temperatura del agua no se podía regular, con lo que salía extremadamente caliente. Intentando evitar una quemadura de segundo grado, se me cayó el sobrito de gel al plato de ducha y al levantarme me golpeé la cabeza con la jabonera. Luego, olvidándome momentáneamente de mi obsesión con los gérmenes, lo intenté abrir con la boca, con lo que mis papilas gustativas fueron invadidas por un sabor químico a coco amargo.
Tras vestirnos, salimos a la calle, rumbo a Victoria Station, donde cogimos el metro hacia Temple. Una vez allí, con dos horas por delante para hacer tiempo, visité St. Clement Danes, una iglesia reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial como baluarte espiritual de la Royal Air Force. Segiudamente, comencé un extenso paseo acompañado por The Kooks y su último álbum, Junk of the Heart, cuya alegría pop, si bien me resultó empalagosa a la primera escucha, fue una banda sonora perfecta para la situación. Encontré por accidente la zona de The Temple, una especie de oasis en el centro de la ciudad, en la circunscripción de la City, que sirve de cuartel general para numerosas oficinas de abogados, notarios y dos de los cuatro Inns of Court de Inglaterra; un lugar donde iglesias, casas victorianas y jardines públicos se mezclan con abogados trajeados y coches de lujo. Seguidamente, bajé hacia Victoria Embankment, y siguiendo el curso del Támesis llegué hasta Westminster Abbey, pasando por delante del Parlamento. Me detuve a coger resuello y retomé la caminata, parando frente a Downing Street, hogar del Primer Ministro. Volví hacia Temple pasando por todos los parques que encontré de camino; es  gracioso observar cómo se reúne en ellos gente de lo más variopinta para disfrutar del sol.
Comimos en Pret A Manger, un restaurante de comida rápida aparentemente sana y muy rica. Luego volví al B & B, donde descansé durante un par de horas.
Volví a retomar mi paseo solitario por la tarde, esta vez hacia Picadilly Circus, y como olvidé la Oyster Card (el metro resulta extremadamente caro sin ella), tuve que hacerlo a pie (ida y vuelta). Crucé las extensas zonas verdes que rodean Buckingham Palace, acompañado esta vez por el debut homónimo de los Stone Roses, volví a comer en Pret A Manger y me entretuve deambulando un rato por el West End. Llegué al B & B medio muerto y con los pies llenos de bolsas, aunque tardé bastante rato en dormirme debido a los golpes (cuyo origen desconozco) de los nuevos vecinos.