jueves, 22 de septiembre de 2011

Día 4 (22/09): Leamington Spa


Salí con bastante margen del B & B… El día anterior (el cual no escribí, a pesar de tener anécdotas tan interesantes como la de la tirita de la ducha) me dejó claro que en Londres los imprevistos están a flor de piel. En cualquier caso, llegué a la estación sin problemas, me compré un bocadillo, esperé al tren y subí.
Antes de que arrancase, pude intercambiar unas palabras con un hombre mayor muy simpático, el ejemplo del caballero británico, que bromeó conmigo cuando le pregunté (para no acabar en Irlanda del Norte) si el tren en el que estaba se dirigía hacia Birmingham, a lo que me contestó algo así como “Birmingham, Reino Unido, no Birmingham, EEUU, ¿verdad?”. El viaje fue bastante ligero, disfrutando del countryside mientras escuchaba el penúltimo disco de Laura Marling, I Speak Because I Can, folk británico al más puro estilo con letras que van desde lo cotidiano hasta insondables inquietudes espirituales (la cabrona no tiene sino un año más que yo y ya ha sacado tres álbumes… maldita sea).
Una vez en Leamington Spa, di varias vueltas para encontrar la parada de la guagua. Cuando llegó, me costó un gran trabajo subir con la maleta, la guitarra y la mochila. El trayecto hacia la universidad fue más corto de lo que esperaba; sin embargo, me bajé antes de tiempo, con lo que tuve que esperar a otra guagua, cuyo simpático conductor (no voy a decir “chófer” cuando ya he dicho “guagua”, demasiado dialecto autóctono en la misma frase) me cobró más de una libra por un minuto y medio de trayecto y no me avisó cuándo tenía que bajarme, a pesar de que estaba obviamente perdido; menos mal que una mujer muy amable me indicó qué parada era la mía.
Tras recibir las llaves de mi casa, me dirigí nuevamente a la parada de la guagua. Después de subir en la que no era y hacer muchas preguntas, conseguí dar con la correcta, que me dejó en el centro de Leamington. Una vez allí, pregunté a un hombre por mi calle, quien al no saber dónde se encontraba me acompañó hasta que la localizamos, un poco más allá de la avenida principal. La casa, una pintoresca vivienda victoriana, me sorprendió gratamente nada más entrar (todo está muy limpio, incluida la moqueta, es espaciosa y ha sido reformada hace poco). Mi cuarto también fue una agradable sorpresa (tiene una ventana bastante grande, es espacioso y entra mucha luz por la tarde). Ninguno de mis compañeros de piso estaba, con lo que salí a buscar algo de comer. Terminé en el McDonald’s, que siempre es un buen refugio en un sitio nuevo, como una embajada pero con queso.
Volví a casa y deshice la maleta. Cuando terminé, a eso de las seis y media y con el comodín McDonald’s gastado, intenté localizar otro sitio donde comprar algo de comer, aunque para mi sorpresa todo estaba cerrado ya y había mucha menos gente en la calle… si esto es así en septiembre, no quiero imaginar dentro de dos meses.
Volví otra vez, toqué un rato la guitarra, me puse a escribir el diario… (me estoy dando cuenta de que esta frase puede llevar a una regresión infinita, con lo que, aprovechando que me ruge el estómago, voy a salir a comer en el primer sitio que encuentre).

2 comentarios:

  1. La embajada con queso, el señor elegante que juega a mandarte lejos, las subidas y bajadas de las guaguas y ese humor tan inglés con el que viniste al mundo hacen que lectura parezca el visionado de un corto ó el disfrute de un cómic, entre mister Bean y los Simpson con toques de Abubukaka ;-)), gracias por estos momentos, un besote.
    Verónica Nash

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  2. Qué te habrá pasado con la tirita en la ducha... jajaja! me descojono... Muchos besitos, me encanta tu blog :)

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