domingo, 25 de septiembre de 2011

Día 7 (25/09): Sunday in the park


Ayer compartí una tarde agradable con mis compañeros, a quienes por fin conocí. Después de ir a un pub (peligrosamente cercano a casa, he de decir) estuvimos hablando varias horas en la cocina tomando té; tengo la sensación de que no podía haber venido a un lugar mejor.
Como no había nadie en casa hoy por la tarde, decidí salir a dar un paseo y conocer un poco más la zona. Después de pasar por varias calles llenas de pequeñas tiendas y casas de ladrillo rojo, terminé en un parqué llamado Jephson Gardens & Mill Gardens, plagado de ardillas, familias, ancianos y parejas. Para poner banda sonora a mi solitario paseo, decidí escuchar el álbum I’m Your Man, de Leonard Cohen. Regodeándome en mi propia sensiblería al compás (3/4) de Take This Waltz, me conmovió darme cuenta de que los jardines servían como lugar de homenaje a los muertos. Lápidas a los pies de los árboles rezaban la razón por la que éstos se habían plantado, como si se tratase de un cementerio viviente. Nombres anónimos como el de Jack Vest, recordado por su familia en 1986, se encontraban grabados en la piedra, y al lado de éstos otros tantos como el de Joy Ashton o Charlie Bishop, inmortalizados en los bancos donde quiero imaginar que solían sentarse.
El silencio de estos sencillos recordatorios contrastaba con el bullicio del domingo en el parque, con la pasión de los jóvenes que se besaban, la energía del niño que perseguía a la ardilla y, por qué no decirlo, el trasero perfecto de la chica que pasó a mi lado haciendo footing. Sorprendentemente, todo estaba en perfecta armonía; me explico: normalmente, el lugar de homenaje para la gente corriente muerta es el cementerio, donde no nos esperaríamos encontrar a unos niños jugando  a la pelota o a una pareja revolcándose (¿o quizá esto sí?), pues se suele asociar con lo siniestro (además, darse de bruces contra una lápida por accidente puede ser doloroso); esto es, la forma que parecen tener aquí de airear la memoria de los fallecidos, de una forma tan fresca y pura, hace que el asunto se torne menos espeluznante, con lo cual en un parque puede haber espacio tanto para la vida como para la muerte, aunque también es cierto que el hecho de no tener cadáveres bajo tierra ayuda.
Tras tan bella reflexión y después de perderme un par de veces, me volví a casa por la avenida principal.


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